Os esperamos aquí con mucha ilusión, para compartir con vosotros, nuestros poemas y relatos.
Esta será la casa de las letras, de la palabra escrita, donde verteremos nuestros sueños y nuestras emociones, todos los componentes de La "Asociación Cultural Ventana Literaria" de Almendralejo.

sábado, 24 de julio de 2010


EN EL PRINCIPIO FUE EL SONIDO.-
Mª Rosa Vicente Olivas (Elogio de la lectura)

En la cama. En el sofá. En el asiento de atrás de un coche. Y también en el de delante. En la mesa de la cocina. En la playa. En la bañera, con un poco de cuidado. En todos estos sitios, y en muchos otros más podemos leer.
Resulta un poco extraño hacer un elogio de una actividad tan placentera y necesaria como la lectura, que me ha acompañado a lo largo de mi vida y ha cumplido años y sueños conmigo.
Que en mi sed infinita ha sido el agua y a veces la tormenta, de vez en cuando devastadora, pero llena de sentido. En "Erase una vez en América", cuando tras el paso de los años dos amigos se reencuentran le preguntan a Robert De Niro. "¿Qué has hecho todos estos años?". Y él responde:"Acostarme temprano". Yo hubiera contestado: ¡LEER!.
Aunque para mí en el principio fue el sonido. El sonido de los versos recitados por mi padre. Su voz dando forma a unas imágenes y a unos sentimientos que más tarde relacioné con los títulos de algunos poemas, con los nombres de algunos autores.
En aquel momento aún había tantas cosas que no tenían su propio nombre que hoy no puedo reproducir esas sensaciones concretas, pero sólo sé que me resultaban cálidas y agradables. Luego aprendí que los bichitos caprichosos que bailaban en un papel tenían un sentido y que no sólo eran hormigas, sino voces que hablaban, y me hablaban a mí, poseedora de una nueva clave para entender su mundo dibujado.
La lectura y toda la rigurosa puesta en escena que la rodea. Entrar en una biblioteca vacía, teniendo ante ti todas esas ventanas abiertas que son los libros, todas las vidas que te esperan dentro. Su olor, el fragor vertiginoso de una librería bien surtida. La inevitable pesadilla de una estantería colmada de libros y los quebraderos de cabeza pensando "y este donde lo pongo". La desazón que queda cuando tienes que abandonar la lectura de un poema o de un capítulo a la mitad porque de buenas a primeras suena el timbre o el teléfono y es otra la realidad que se empeña en interrumpirte. O el asombro, no mucho menor, cuando relees un libro después de mucho tiempo, y al volver a sumergirte en sus palabras descubres cuánto has cambiado tú, o tal vez ambos.
Hace casi tres mil años en la tierra que hoy llamamos Grecia, los primitivos lectores, en realidad simples oyentes, escuchaban con placer las historias que contaban los aedos referidas a los héroes de la mitología, en especial el retorno a sus hogares de los protagonistas de la guerra de Troya. Y escuchaban combinando el placer que les proporcionaban esas historias con el placer de la comida, el de la grasa densa y cálida resbalando de los trozos de carne asados en la hoguera, y con el abrazo caliente del vino.
Es todo un placer, un placer sensual que alborota los sentidos y que comienza, como ya he dicho, en la infancia y que allí mismo se va forjando con los libros que aun recuerdo, que han dejado su poso profundo, pero también con aquellas otras lecturas anónimas, con aquellos libros que pasaron por mis manos y por mi imaginación de un modo fugaz y de los que hoy no queda ni una huella liviana.
El acto de leer como un acto de conocimiento, de sabiduría, y de decisión. El traslado cotidiano de los libros, como una sombra fiel, de la alborotada mesilla de noche a la mesa del salón; su forma y su calor familiar al lado de las gafas, del paquete de tabaco, a veces señalados por el círculo húmedo de una copa. El libro que se hace hueco en la estrechez de una maleta dispuesto a embarcarse contigo en un nuevo viaje. Aunque cada libro, ya se sabe, es un viaje.Tal vez por eso la fascinación que desde muy temprano levantó en mí una ciudad, la Alejandría de Durrell, precursora de todas las ciudades de mi vida, esas que, como la Roma de Alberti, viven ya en mí. Ciudades levantadas con las palabras que evocan olores, luces, sonidos, colores, gestos y sensaciones.
Para mí resulta extraño elogiar una actividad tan natural y tan placentera, pero supongo que es necesario hacerlo porque aún hay mucha gente que se enorgullece de leer únicamente un periódico deportivo, y no entero, o un manual de instrucciones del último modelo de televisor. Porque todavía hay mucha gente que siempre pregunta, "¿y no lo hay en película?". Pues no, no lo hay en película y tampoco te lo puedes bajar de internet. Hay que levantarse, ir a una librería, a una biblioteca, comprarlos y amontonarlos en casa como se amontonan los buenos recuerdos; los libros silenciosos y obedientes que aguardan a que una mano decidida los elija, los agarre del lomo y abra sus hojas con la misma determinación y solemnidad con que se abren las puertas de un templo.
Porque allí dentro también se guarda un misterio. El lector se va forjando con cada nuevo libro, sus páginas van dejando leves arañazos de vida, sus palabras son arados que trazan surcos en la imaginación.No puedo imaginar un mundo sin libros, sin su presencia física, sin su peso, sin su olor; no concibo un mundo sin el tiempo dedicado a los momentos de la lectura. La lectura y su compañero inseparable: el momento de compartir emociones, sensaciones o incluso decepciones con otros lectores, la charla alentada por un café humeante. Títulos y títulos que se apiñan, nombres de autores, el recuerdo de ejemplares concretos, aquel encontrado en un mercadillo, otro que guardaba entre sus páginas una postal de París o un tres de copas levemente arrugado; otro garabateado, quién sabe si por la mano de un niño o por la de un loco, o ese otro que en mala hora prestaste con toda tu ilusión a una turbia amistad que jamás te lo devolvió. Y aun así, sabes que inevitablemente seguirás prestándolos.
Podría hablar de nombres, pero no habría sitio en estas páginas para tantas palabras y silencios, para tantas maletas de gozo, perplejidad y asombro.
Casi al principio de estas palabras decía que en el comienzo fue el sonido, la voz que recita, la mirada que escucha. Me gustaría acabar esta breve intervención leyendo un poema muy relacionado con la voz, con la voz de un amigo que recitaba con un tono profundo y dulce. Tan dulce como él.
PLAZA DEL OESTE .Para Ángel Campos Pámpano
Pasas ciertos detalles por alto
cuando dices
que no hay nada que pueda
sorprenderte.
Olvidas que la dulce,
rara temperatura en primavera
nos convocó a la noche y a la plaza,
y después de charlar sobre apellidos
propios para el oficio de poeta,
con voz lenta, los pámpanos
nevaron el espacio
de un poema de Borges.
Lo que el momento tuvo de presagio
de futuras cenizas
olvidamos después.
Aquí perdura,
en la fragilidad de unas palabras.

De Salvo el humo
Editorial Pre-Textos 1999
Este cuadernillo lo distribuyeron en la feria del libro el 23 de abril de 2010
Con el permiso de la autora, lo subo al blog de VENTANA LIERARIA, para compartirlo con mis compañeros/as, afines al placer de la lectura.

2 comentarios:

  1. Muy bueno este elogio y, superior el poema del desaparecido y entrañable poeta Ángel Campos.
    Doblemente bueno este homenaje.
    Besitos y feliz verano, compis...
    Carmendy

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  2. Precioso, presi. Te felicito por llenar nuestro blog de prosas y poesías en calidad. Por hacer altamente gratificante visitarlo y leerlo.

    Besos. Mary

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